domingo, 17 de enero de 2010

Luces y sombras de Felipe II

Nace en Valladolid el 21 de mayo de 1527 hijo del emperador Carlos V y doña Isabel de Portugal. El pequeño Felipe será jurado como heredero de la corona de Castilla el 10 de mayo de 1529 en el madrileño convento de San Jerónimo. La educación del príncipe quedará en manos de doña Isabel debido a los continuos viajes del emperador. En 1534 don Juan Martínez Siliceo será nombrado su tutor para que "le enseñase a leer y escribir". Siliceo y Zúñiga diseñarán la educación del príncipe.

Las relaciones de don Felipe con su madre fueron muy estrechas por lo que el fallecimiento de doña Isabel en 1539 supuso un golpe muy duro para el pequeño príncipe. Ese mismo año inicia sus tareas políticas ya que queda como regente del Reino ante la marcha de su padre hacia la ciudad de Gante. Felipe tenía doce años y recibió la estrecha colaboración de un Consejo de Regencia, integrado por don Francisco de los Cobos, el cardenal Tavera y el duque de Alba, familiarizándose con los asuntos de Estado.

Su primer matrimonio se producirá el 15 de noviembre de 1543. La elegida será su prima María Manuela de Portugal. La duración de enlace será apenas de un año ya que la esposa falleció tras el parto del príncipe Carlos, el 12 de julio de 1545. El mismo año de su matrimonio Felipe volvió a quedar como regente de Castilla. Seguía asesorado por un consejo y las últimas decisiones estaban en manos del emperador, pero Felipe iba recogiendo la necesaria experiencia.

El año 1554 será el de su segunda boda. La nueva esposa será la reina de Inglaterra, María Tudor, ya que a Carlos V le interesaba especialmente la alianza inglesa. Felipe recibe el título de rey de Nápoles y duque de Milán, trasladándose a Londres para celebrar su boda, el 25 de julio de 1554. El propio príncipe consideró siempre su enlace como una cuestión de Estado y permaneció largo tiempo en tierras inglesas. Asuntos de Estado le llevaron a Flandes, donde el 25 de octubre de 1555 recibía de su padre la soberanía de los Países Bajos. El trato con los holandeses y alemanes fue muy estrecho, convirtiéndose en un monarca querido por sus súbditos. Al año siguiente Carlos abdicaba en su hijo las coronas de Castilla y Aragón, lo que hacía a Felipe el dueño del Imperio más importante de su tiempo. Su tío Fernando recibía el Imperio Alemán y los estados patrimoniales de los Habsburgo, familia que se dividía en dos ramas: la austriaca y la española.

En marzo de 1557 regresaba a Inglaterra convertido en rey de España y pasa algunos meses en compañía de su esposa, intentando engendrar el tan deseado hijo. En julio regresa a los Países Bajos para conseguir una de las mayores victorias militares de su reinado: la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557. El triunfo provocaba el fin de la guerra con Francia y la firma de un acuerdo de paz, el Tratado de Cateau-Cambresis, con el que se ponía fin a la disputa por el control de Italia, que quedaba en manos españolas. El tratado se sellaba con el matrimonio de Felipe con la joven Isabel de Valois -Felipe había enviudado por segunda vez en noviembre de 1558, sin conseguir el deseado heredero-. De este enlace nacerán las dos hijas con las que el monarca mantendrá una estrecha relación: Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.

A su llegada a España en 1559 inició una serie de cambios en la práctica y en la forma de gobierno, poniendo en marcha una maquinaria administrativa, rompiendo de esta manera con la tradición medieval y otorgando un carácter innovador a la Corona, al tiempo que se fijaban las bases de la administración pública moderna. Fruto de estos cambios será el establecimiento de la corte permanente en Madrid (1561), la reforma de la audiencia de Sevilla (1556), o la creación del Consejo de Italia (1558) y de las audiencias de Charcas (1559), Quito (1563) y Chile (1567).

La paz con Francia le permitiría poner en práctica una política mediterránea encaminada a frenar el expansionismo turco por el norte de África y en la zona occidental del Mediterráneo. Precisamente para poner fin a esta expansión se formó la Liga Santa junto a Roma, Venecia y Génova, consiguiendo la espectacular victoria en la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571) dirigiendo las naves el hermano del monarca, don Juan de Austria. Don Juan había participado también con éxito en el aplastamiento de la revuelta de los moriscos granadinos en 1568. Ocho años después se producirá una segunda rebelión, llegando a solicitar ayuda a los turcos. Esta segunda tentativa tendrá también una escasa incidencia y será sofocada.

El freno al avance turco llegará por la vía diplomática a través de intermediarios. Felipe II conseguía cerrar un frente de lucha y poder centrarse en los conflictos atlánticos, especialmente la Guerra de los Países Bajos, prioridad en la política de Felipe desde que se produjo la primera rebelión en 1566, sofocada duramente con la intervención del duque de Alba y la ejecución de los condes de Horn y Egmont.
La muerte de Isabel de Valois y el príncipe Carlos y la invasión del príncipe de Orange en los Países Bajos motivaría que el año 1568 esté considerado como el "annus horribilis" del reinado de Felipe. Quedaba viudo por tercera vez, sin heredero varón y con una guerra en ciernes en el norte de Europa.

En 1570 volverá a contraer otra vez matrimonio -el cuarto- siendo la elegida su propia sobrina, doña Ana de Austria. El matrimonio tendrá 5 hijos, sobreviviendo sólo el heredero de la corona, el futuro Felipe III. Doña Ana fallecería en 1580 pero el rey ya no se volvería a casar, pasando sus últimos años viudo.

En esta década de los 70 la corte madrileña vivirá momentos de tensión y rivalidades al enfrentarse de manera casi abierta las dos facciones que competían por el favor real. La encabezada por el duque de Alba y la liderada por el príncipe de Eboli -a su muerte será Antonio Pérez quien se convierte en el jefe de este grupo-. Entre 1576-1579 las rivalidades casi provocan un colapso administrativo. Estos enfrentamientos tuvieron su punto culminante en el asesinato de don Juan de Escobedo, secretario particular de don Juan de Austria, el 31 de marzo de 1578, involucrándose al propio monarca cuando el promotor del asesinato era Pérez. Mientras estas rivalidades se producían en la corte, en los Países Bajos la situación era cada vez más complicada. La política militarista del duque de Alba había dejado paso a una línea más dialogante establecida por don Luis de Requesens pero su fallecimiento en 1576 y el saqueo de Amberes por las tropas no favorecieron esta nueva línea política emprendida. Don Juan de Austria pudo conseguir finalizar el conflicto pero su muerte en Namur (1578) tampoco ayudó.

Felipe apostó por la llegada del cardenal Granvela como secretario de Estado para resolver la crisis tanto política como financiera. De esta manera se daba paso a la segunda etapa del reinado caracterizada por el inicio del declive físico y moral del monarca. La anexión de Portugal en 1581 será la gran victoria de este momento -Felipe había sido nombrado rey de Portugal en 1580 por las cortes de Tomar tras el fallecimiento del cardenal don Enrique, regente del reino a la muerte de don Sebastián- pero la situación en Flandes estaba estancada a pesar de los éxitos iniciales de Alejandro Farnesio. La intervención de Isabel I de Inglaterra en el conflicto de los Países Bajos inclinará la balanza a favor de los rebeldes holandeses. La reacción del Rey Prudente será la organización de la Armada de Inglaterra con la que pretendía invadir la isla británica, contando con el embarque de las tropas de Farnesio. El desastre de la Armada en el año 1588 iniciará la etapa de declive tanto política como física del reinado de Felipe II.

Esta tercera etapa vendrá marcada por la progresiva dejación de funciones del monarca ya que sus achaques y enfermedades le impedían controlar todos los asuntos como era de su agrado. Para colaborar con las decisiones del monarca se crea la Junta de Noche (1585) en la que participa el secretario Vázquez de Leca. Cinco años más tarde se organiza la Junta Grande, consejo cuyo objetivo primordial será hacer frente a la caótica situación económica pero que se convertirá en la verdadera encargada del gobierno de la Monarquía. Estos últimos años vendrán caracterizados en cuanto a la política exterior por la intervención en la política francesa a través de su apoyo a la Liga Católica. Los deseos de situar a su hija Isabel Clara Eugenia en el trono francés -era hija de Isabel de Valois- no se verán satisfechos al coronar a Enrique IV como monarca galo. El inicio de un conflicto en la zona norte de Francia, en el que participarían activamente las tropas de Alejandro Farnesio, diversificaría los frentes de lucha y permitirá la consolidación de la posición holandesa. La Paz de Vervins (1598) ponía fin a la lucha hispano-francesa y dejaba los Países Bajos en manos de Isabel Clara Eugenia, casada con el archiduque Alberto.

A medida que va avanzando en edad, la salud de Felipe II se iba deteriorando y los ataques de gota se repetían con mayor frecuencia. Llegará un momento en que no pueda firmar debido a la artrosis de su mano derecha. A finales del mes de junio de 1598 Felipe sufrió unas fiebres tercianas que le postraron en la cama, sufriendo dolores tan intensos que no se le podía mover, tocar lavar o cambiar de ropa. A las cinco de la madrugada del domingo 13 de septiembre de 1598 fallecía Felipe II en el monasterio de El Escorial. Tenía 71 años.


Felipe II, como persona y como soberano, es una de las figuras históricas más discutidas. Ya desde su época, como monarca poderoso, gobernador de un inmenso imperio, con una política claramente antiprotestante y defensora de la Iglesia Católica en un momento de guerras religiosas, es comprensible que fuera objeto de las críticas de sus enemigos y de los del catolicismo. Esta imagen de personaje inhumano, fanático y opresor de pueblos –sobre todo de los Países Bajos–, perduraría, aumentada, en los siglos posteriores por la literatura (el Don Carlos de Schiller o por otras artes, como la ópera del mismo nombre de Giuseppe Verdi). Es la llamada “Leyenda Negra” felipense, que alcanza su máximo a comienzos del siglo XIX, con el que triunfan el liberalismo y el laicismo. Sin embargo, gracias al descubrimiento y publicación de una serie de cartas, encontradas en el Archivo de Turín, capital del antiguo ducado de Saboya, por el historiador belga Louis Prosper Gachard, y publicadas en 1884, la pésimaimagen del soberano español comenzó a cambiar.
Las citadas cartas fueron escritas por Felipe II a sus dos hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela en los años de 1580 a 1583 en que permaneció en Lisboa, tras la conquista de Portugal y cuando las infantas apenas habían alcanzado los quince años. En ellas relata minucias ocurridas durante esos días y pequeños detalles, como cualquier padre encariñado con sus hijas. Pues bien, esta publicación, aparentemente trivial, representó el inicio de la rehabililitación de la personalidad y de la obra felipense. La apertura de los archivos históricos estatales a la investigación, permitiría la publicación de estudios documentados, que aún teñidos de animadversión hacia Felipe II, resultaban más positivos que la negra imagen que de él se había formado. Al difundirse la corriente historiográfica actual, que más que juzgar lo que busca es explicar y comprender, las cosas cambiaron. Hay que reconocer especialmente a los historiadores británicos de nuestros días (John H. Elliott, Geoffrey Parker, H. Kamen. etc) la rehabilitación de la personalidad y de la obra del soberano, aunque no siempre le manifiesten su simpatía ni compartan sus intenciones.
Pero, ¿cómo se nos aparece en la historiografía el monarca español hoy? En grandes líneas con luces y sombras. Personalmente de carácter reservado y frío, lo que no es de extrañar, pues huérfano desde su niñez, con un padre (Carlos V) ausente con gran frecuencia en Alemania ocupado en su tarea de Emperador, su educación fue, aunque esmerada, severa y rígida, como era la costumbre de la corte castellana. Su vida privada estuvo llena de desventuras, que acentuarían tales ragos de su personalidad. Sus cuatro matrimonios, de los que el segundo, con la inglesa María Tudor, que le llevaba once años, y el siguiente, con la francesa Isabel de Valois, que acababa de cumplir los quince, son una muestra de lo que podía significar los enlaces de Estado. Por otra parte, el de mayor duración tan sólo alcanzó los ocho años. De su primera esposa nació el desgraciado príncipe don Carlos, a quien por su extraño carácter, acentuado por una grave caída, hubo de confinar en palacio, donde sus propios excesos le condujeron a la muerte, a los veintitrés años. De su cuarta esposa, Ana de Habsburgo, sobrina suya, nacería el esperado heredero (Felipe III), pero que no reunía las cualidades que su padre hubiera deseado. Fue un monarca poderoso, entregado enteramente al gobierno y al bien de su pueblo, trabajador infatigable, deseoso de reformar la organización de su vasto imperio. En su política exterior, era más bien conservador, aunque la defensa de sus territorios y del catolicismo le obligaran a mantener guerras continuas: en el Mediterráneo, contra berberiscos norteafricanos y el temible Turco, y en el noroeste, con los protestantes de los Países Bajos, Francia e Inglaterra.
En cuanto a su labor de gobierno, como trabajador infatigable, deseoso de mantener su autoridad, ejercer recta justicia y reformar la organización de su vasto y disperso imperio. En política exterior, como un soberano conservador, aunque la defensa de sus territorios y del catolicismo le obligaran a mantener guerras casi continuas.
El largo reinado de Felipe II –cerca de medio siglo– coincide con la expansión de la herejía calvinista, que desde Ginebra penetró rápidamente en Francia y en los Países Bajos. Esta doctrina, a diferencia del luteranismo, era más audaz, y aparecía no sólo como renovadora en los aspectos doctrinal y moral, sino también de las estructuras eclesiásticas, sociales y políticas. Además, al adherirse a ella –sinceramente o por oponerse a la autoridad constituida– nobles y príncipes, sobre todo en Francia, se convirtió en un oponente, también político, del catolicismo. Surgieron así las guerras llamadas de religión, que, quizá, sería más exacto denominarlas civiles. Como los calvinistas franceses y los de los Países Bajos hicieron causa común, Felipe II hubo de intervenir también en Francia, apoyando a los católicos. Algo semejante ocurrió con Inglaterra, donde se había impuesto la iglesia protestante que se llamaría anglicana, y cuya soberana, Isabel I, para defenderse de las amenazas de conspiración de los católicos, impulsada por los Papas, apoyó a los enemigos españoles: calvinistas franceses, rebeldes protestantes en los Países Bajos, y agresiones de sus súbditos. El resultado, en la Europa noroccidental, no parece que fuera muy positivo, pero al menos su intervención en Francia evitó que subiera al trono un monarca calvinista y en los Países Bajos, al menos, lo que es hoy Bélgica permaneció en el catolicismo.
Sin embargo, no ha de creerse que Felipe II fuera el defensor a ultranza de los intereses del catolicismo y de la Iglesia, como ha proclamado la “Leyenda Rosada” que, aunque menos importante, también ha existido entre algunos autores católicos, especialmente españoles. Aunque en Felipe II, como en el pueblo español de su tiempo, primaba la intención de defender la religión y a la Iglesia Católica, sin embargo, no siempre esta intención se manifestó en la realidad. De hecho, como los enemigos españoles eran herejes, la guerra contra éstos suponía también la defensa de los intereses de España. En la mente del soberano español herejía y rebeldía venían a ser una misma cosa, y, por tanto, combatir a los herejes, suponía defender el catolicismo y la integridad de sus territorios.
Monasterio de El Escorial

Felipe II hizo construir el Monasterio para conmemorar la victoria en San Quintín el día 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. El monarca buscaba también un lugar para que sirviera como tumba a su padre, fallecido en su retiro de Yuste (Cáceres) en 1558. Consultó a todos los científicos y sabios de aquel tiempo, en busca del emplazamiento idóneo para que lo que concebía como un gran templo-convento-palacio-biblioteca, destinado a ser el centro neurálgico de su vasto imperio.

La construcción del Monasterio comenzó en 1563, bajo la dirección de Juan Bautista de Toledo, quien había sido nombrado arquitecto real cuatro años antes. Los arquitectos Juan de Herrera y Juan de Valencia trabajaron a sus órdenes.
Juan Bautista de Toledo, que había sido ayudante de Miguel Angel en la construcción de la basílica de San Pedro en Roma, fue el autor del primer proyecto y del trazado general, que tras su muerte en 1567 sufrió diversas modificaciones.

En realidad fue Juan de Herrera quien dirigió la mayor parte de la obra, incluidas algunas partes que no habían sido diseñadas por Juan Bautista de Toledo. Herrera supo conjugar diversas interferencias en torno suyo y arreglar las cosas para satisfacer los deseos del monarca, con un estilo elegante y sobrio en el que las líneas priman sobre los adornos, reducidos estos a la mínima expresión frente a las corrientes imperantes. Cuando Herrera dejó de trabajar por motivos de salud, le sucedió su discípulo Francisco de Mora. Ya en tiempos de Felipe III,

Bibliogarfia

Alfredo Floristan, Historia moderna Universal
Valentín Váquez de Prada, Universidad de Navarra, Boletín Informativo

Editado por Rocío Moreno

No hay comentarios:

Publicar un comentario